
Todas las sensaciones de este cuerpo por un tiempo y espacio, y el modo de encauzar tantas visiones sin perder estos ojos, me convierten en símbolo de mí en carne temblorosa de una estatua que me voy descubriendo, poco a poco, en mi propio retrato progresivo dibujado de pronto en el espejo. El mismo que recibe su mirada con la caricatura de un cómplice abandono. El que inventa las arrugas futuras en un rostro que creyó transcurrido en negativo. Te tocas, y te encuentras primero con el frío, con la piel del cristal. Tú estás adentro, al fondo de esa imagen: impaciente por saberte presente en el deseo, a pesar del azar de la memoria.Yo lo olí desde lejos, como el que sabe que posee el fuego, la dirección del viento, y su desnudo. Masticaban mi máscara de cera, mi postura estudiada, y aun los cuerpos espontáneos que había criticado. Sin embargo, era un precio muy barato el que tuve que abonar por contemplar mi rostro sin palabras, asumir ese espectro, y, con su misma falsa ingenuidad, corregir el discurso, y ese humo, que ya eran sus rostros en presencia.
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